Tiara, noche en mi melodía perversa. Aquélla que pasó por mi balcón y me regaló su canto y algo más que sus senos oblicuos.
Esa sinfonía encontrada en un rincón de mi almohada. Esa lágrima repleta de emoción inmensa en la sábana.
Tiara, la que no se rinde ni se esconde en la noche temeraria. Le hace frente a la oscura apariencia de los cuerpos. Se sumerge en los suaves gemidos de las sábanas y en el pecho de todos los hombres atravesándome.
Tiara era de noche. Tremenda en el amanecer siguiendo los pasos del silencio. Sigilosa, inquebrantable en el adiós mudo de susurros y de ruidos.
Tiara, un sueño que se coló antes del ocaso o acaso una canción en penumbras perfumadas de néctar. Que nos dejaba piedras inundadas de su olor.
Sé que me moja de sudor aún cuando no está. Sé que se enoja si le planteo una razón. Una cuestión. Es viento. Simplemente abunda. No entiende de explicaciones ni se ata.
Se la huele en la noche perfumada de estrellas, en la noche marginal.
Roza sus pechos por mi cara, canción de cuna. Canción de rosas. De rozar su piel supersticiosa por mi fragilidad. Las palabras de su piel. Su tacto taciturno que me pidió “ámame.” Tacto que entibia mi paladar, mi cardumen de sentidos que se aparean en su océano que fue.
La noche que apareció tenue en mi balcón, diamantada y embadurnada en perfume de rigor. Cubierta de alas. Repitió su adiós en una bofetada de mil veces no volveré, “allí estaré” señalándome con su uña hacia el espacio sideral. ¿Y dónde? Porque en esta encrucijada, escarbando en mi colchón, en los jardines de mi noche, en lo sublime de mis sueños, ya no te puedo sentir.
La noche se desvanece y me regala un firmamento sin ella.
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Hace 11 años